DE
VUELTA A LA MISION DE PERU
Los dos meses de descanso, de cambiar de
aires, de recargar pilas, en España tocan a su fin y en unos días estaré de
nuevo en Perú, en la misión en la diócesis de Lurin-Lima Sur, en los cerros de
los asentamientos humanos de El Paraiso, Manantial, Valle Alto, 30 de Agosto,
Villa Unión, Japón… Allí me volveré a reencontrar con los rostros de tantas
personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu y cuyas necesidades me
sobrepasan pero sé que a través de mis manos ungidas para celebrar la Eucaristia,
puede llegar a ellos la unción de Dios contagiándolos del evangelio de la alegría
y la esperanza como nos pide el Papa Francisco. Doy gracias a Dios por poder
disponer de estos dos meses que los necesitaba para no caer en el estrés,
cansancio, la desilusión y la pérdida de esperanza ante tantos problemas. He
tenido tiempo para todo: saludar a la familia y los amigos, descansar, leer,
rezar, participar en las fiestas de mi pueblo y de las parroquias donde he
estado, viajar…
Siempre
en vacaciones intento hacer algún viaje conjugando mis dos pasiones: conocer
nuevos pueblos o ciudades y sus monumentos más importantes y hacer rutas de
senderismo en la sierra o la montaña. Las
dos cosas me ayudan a descansar, a relajarme, a oxigenarme y ver la realidad
con una mirada nueva. Normalmente escojo rutas de senderismo que terminan en
alguna catarata (en verano es España las cataratas se quedan en simples
chorreras como asi me sucedió en Segovia) alguna laguna (este año ha sido la
laguna negra en Soria) o alguna montaña
como el pico de Peñalara en la sierra de Guadarrama de Madrid. Andar por la
montaña, entre piedras, arboles, vegetación, ríos es algo que me ha gustado
siempre y que lo necesito de vez en cuando. La montaña es el lugar bíblico por
excelencia del encuentro con Dios de los grandes personajes del A.T: Abraham, Moisés,
Elías y de Jesús y los apóstoles en el N.T. En el camino de subida, tantas
veces duro y difícil, el cansancio lleva a la tentación de abandonarlo, de
volverse atrás, pero también con el gozo de contemplar paisajes donde se puede ver
lar maravillas que Dios ha creado y sobre todo pensar en lo que te espera al
final del camino te llena de fuerza, de esperanza, de ánimo para seguir
adelante porque sabes que al final merece la pena todo el esfuerzo y
sacrificio. La llegada a un cerro, sierra, montaña, lago, catarata, invita al
encuentro con Dios en el silencio, en la oración. Aquí comprendes porque Jesús
se solía retirar a menudo a la montaña para orar, para encontrarse con el
Padre. La subida a la montaña es lo más parecido que veo con la vida cristiana,
con el seguimiento de Cristo. Un camino de esfuerzos, de sacrificios, de
dificultades pero también de alegrías y esperanzas porque vamos recorriendo el
camino de Cristo y con Cristo porque él va siempre a nuestro lado y porque sabemos
que al final todo terminará bien como termino el camino de Jesús: la gloria, la
vida, la resurrección.
Decía
antes que una de mis aficiones es visitar algún pueblo o ciudad que no conozco,
recorrer sus calles, visitar sus monumentos. A veces también voy a lugares
conocidos pero que siempre descubro algún rincón en el que no me había detenido
(como me suele ocurrir en Salamanca o Sevilla dos de las ciudades por las que
me encanta pasear). Los castillos y palacios, las iglesias y catedrales son mis
sitios favoritos para descubrir la grandeza de Dios y del trabajo de los
hombres a lo largo de los siglos. En las iglesias y catedrales me atraen sobre
todo aquellas que tienen vidrieras. No siempre se encuentra uno con las
vidrieras de la catedral de León que es algo maravilloso pero siempre hay
alguna catedral o iglesia que tiene alguna vidriera preciosa. Una vez un niño
visitaba con su madre una iglesia grande, alta con grandes vidrieras que le llamaron
enseguida su atención y señalando hacia ellas le pregunto que era aquello. La
madre le dijo que eran santos a través de los cuales pasaba la luz de Dios.
Cuando el niño fue a catequesis de primera comunión y el cura pregunto si
alguien sabia que eran los santos, este niño levanto enseguida la mano y le
respondió: los santos son aquellos que están muy alto, cerca del cielo y dejan
pasar la luz de Dios y la hacen muy bonita. El cura se quedo asombrado con la
respuesta del niño y se lo dijo a la madre la cual le explico de donde había
sacado el niño esa respuesta, de las vidrieras de la iglesia con imágenes de
santos. Las vidrieras de las iglesias son toda una catequesis bíblica y de la
vida de los santos atrayente por sus colores y por la luz que pasa a través de
ellos que nos enseñan sin palabras quienes son los santos, los que reflejan
mejor en su vida la vida de Jesús. Son aquellos que como nos dice el Papa
Francisco en la Evangelii Gaudium: “se han encontrado con Cristo, se han
llenado de su espíritu y anuncian la buena notica del evangelio no sólo con
palabras, sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia
de Dios” (EG nº 259).
En
estos días he tenido la suerte de participar en un encuentro de misioneros y
familiares de las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo. En la misa presidida
por el obispo de Ciudad Rodrigo, Monseñor Raúl Berzosa nos hablo de San
Francisco de Asis. Este año se cumplen 800 años de su paso por Ciudad Rodrigo a
la vuelta de su peregrinación a Santiago de Compostela, en 1214 y cuando quería
dirigirse al norte de África a
evangelizar a los moros. (Para los que puedan acercarse a Ciudad Rodrigo no se
pierdan la exposición sobre San Francisco en la capilla del seminario
diocesano). Cuando paso por Ciudad Rodrigo estaban construyendo la catedral y
un escultor hizo una imagen de piedra que se conserva en la catedral. La
característica de esta imagen es que tiene la boca muy pequeña y las orejas muy
grandes. La explicación del escultor es que él había visto en San Francisco una
persona que hablaba poco y escuchaba mucho a Dios y a los hombres. Nos decía
Monseñor Raúl Brezaos que el misionero tiene que tener dos oídos bien grandes
para escuchar a Dios y a los hombres y solo después hablar, más que con
palabras con su vida. El Papa Francisco
en la Evangelii Gaudium nos dice que: “la iglesia necesita evangelizadores con
Espiritu, evangelizadores que se abran sin temor a la acción del Espiritu
Santo. Evangelizadores que se apoyen en la oración sin la cual toda acción corre
el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma.” (EG nº 259). Después de escuchar a Dios el evangelizador
tiene que tener el otro oído en la escucha de los hombres. Por eso insiste el
Papa Francisco en que “el evangelizador necesita también poner un oído en el
pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un evangelizador
es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa
manera descubre las aspiraciones, riquezas y los límites del pueblo concreto
con sus signos y símbolos y respondiendo a las cuestiones que plantea”. (EG nº
154).
Como
nos dice también el Papa Francisco:” basta recorrer las Escrituras para
descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: he visto
la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores
y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo. Hacer oídos sordos a ese
clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre,
nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre
clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado” (EG nº 187).
En unos
días dejo atrás los rostros de muchas personas, familiares, amigos, antiguos
feligreses de las parroquias donde he estado. Dejo atrás momentos de gozo, de
felicidad. En algún momento alguien me ha dicho que porque me voy con lo bien
que estoy aquí. Es verdad que he estado muy bien durante estos dos meses pero
el Señor me quiere allá, en otro lugar donde no tendré alguna de estas cosas
que he disfrutado aquí pero a cambio el señor me dará otras alegrías. Gracias a
Dios por darme salud para continuar en la misión. Gracias a todos los
familiares, amigos y antiguos feligreses que tanto cariño me han mostrado estos
días y que se que van a seguir estando a mi lado en la distancia. Gracias a mi
diócesis de Asidonia-Jerez y en concreto a mi obispo Monseñor José Mazuelos por
su apoyo. Y gracias a mi diócesis de acogida, la diócesis de Lurin-Lima Sur y a
su obispo Monseñor Carlos García Camader que me acogen. Sólo le pido a Dios que haga de mi una
vidriera que deja pasar su luz haciéndola atractiva para la gente necesitada de
él que pone en mi camino y que tenga los oídos bien abiertos para escucharle a
él y escuchar a ese pueblo al que él me envía: Los asentamientos de El paraiso, Manantial, Valle Alto, 30 de
Agosto, Villa Unión, Japón…en los pueblos jóvenes del cono sur de Lima, allí
donde el papa San Juan Pablo II grito: “hambre de Dios si, hambre de pan no”.
P.
José Luis Calvo Vicente. Misionero en Perú El Cubo de Don Sancho.
Salamanca. España. 17 de Agosto 2014
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