"... puede que así sea" artículo de Alberto Espinosa

"Cuando los fríos del invierno empiezan a cubrir de vahos los semáforos, cuando la soledad se presenta ante el espejo con tacones y con el carmín descosido o cuando el alba se viste de amante y se pierde entre mordiscos marchitos, nuestra piel sabe que su momento ha llegado y sin que nadie le diga nada poco a poco se vuelve a erizar.
No hace falta ir en busca de ningún calendario para intuir que el tiempo ha comenzado a dibujarse sobre el horizonte de la espera con colores que saben a primavera y a jazmín.
Atrás hemos ido dejando noches rellenas de prisas, de ausencias mal contadas y de belenes hechos de polifoan y de escayola donde un niño que desconoce que es Dios juguetea entre oros e inciensos a sortear las astillas de su destino.
A muchos de nosotros también nos sucede eso; intentamos buscarle entre altares de culto y retablos repletos de polvo y penumbras y no nos damos cuenta que éste aparece en las esquinas de las cosas sencillas.
Y no hay cosa más sencilla que una parihuela de ensayo.
Desde hace unos cuantos días los pestillos desvencijados de algunos garajes se han vuelto a abrir de par en par para airear esas maderas que tanto saben de relentes y humedades.
Llevan arrumbadas meses, ignoradas por el día a día, pero en breve tomarán a la ciudad por la cintura y bailarán juntas al compás que marque la memoria.
Si prestas atención, podrás escuchar el rumor de alguna acercarse hasta ti, muy despacio, poco a poco, rompiendo los silencios misteriosos de cualquier bocacalle olvidada del centro, buscando un racheo que sepa a gloria;
Encontrarás a alguien cargado de arrugas mandando sortear un balcón o aparcando delante de un vado para que la cola de coches que se ha montado detrás de ella no siga jurando en arameo;
Y sonará una radio, a lo lejos, que con suerte llevará en sus manos el hijo de alguien, sintiéndose en esos momentos el banderín de una banda que lee partituras atravesando el aire.
No hay respuesta alguna, ni explicación racional y mucho menos lógica que pueda explicar que debajo de unos simples lienzos blancos y cientos de kilos se esconden los rezos de hombres que una vez que se fajan dejan de ser niños para convertirse en los pies del quinto evangelista.
Esconden su nombre bajo unas trabajaderas frías, resignadas a su suerte de ir perfumando sobre los adoquines las huellas del esfuerzo antes de que un reguero de cera tape lo que será un rosario de nostalgias.
Igualan su fe para para sentir a un Dios que no ven, pero que sienten tan cerca de su corazón que regalan sus latidos, sus cuellos y sus hombros para que el cielo cabalgue por las venas del pueblo.
Por unas horas dejan sus casas en busca de unas llagas que no necesitan tocar porque saben a quién les pertenecen; dejan que esposas, madres y abuelas se levanten cada dos por tres y se asomen a la ventana en busca de sus voces rendidas; y con el cuerpo aun entrecortado se van a dormir soñando con lo vivido y sabiendo que esas maderas que algunos llaman del arte en un par de semanas pellizcaran el alma de los creyentes porque, a pesar de los años, nos seguimos pareciendo a Santo Tomás más de lo que nos gustaría.
Es lo que se esconde tras una parihuela de ensayo.
Hace poco escuché decir a un maestro que quizás el mejor lugar para encontrarse cara a cara con Dios sea tras unas trabajaderas; yo no sabré nunca lo que siente bajo ellas, pero probablemente… puede que así sea."

Por Alberto Espinosa "El Farol y la Horquilla"

Comentarios